Para conocer a alguien no hay que observar tanto su camisa ni sus pantalones, sino sus accesorios, como su bolso. Por ello no es ni quien lleva los pantalones ni quien se pone la camiseta, sino quien se echa en la bolsa personas —y cosas—.

​

Fashion, del latín facere y factio (reunidas en el término antiguo francés façon), significa "acción y efecto de hacer". Asociar esta palabra a un sujeto sugiere entonces que su cuerpo se comienza o termina de hacer con las prendas y accesorios con que se le viste. Es decir, el cuerpo entendido no solo como un sitio, sino como un proyecto que se encarga de hacer dicho espacio habitable, en tanto la piel no es suficiente. Por ello talvez la costumbre antigua —bíblica— de asemejar el cuerpo a edificios, equiparándolo a una prisión[1] y un templo[2], y más recientemente, a un mercado (en tanto instrumento con el que negociar trabajo y dinero) es reveladora de los intereses de cada época. En esta idea de prisión y templo se asume un espíritu interior sin importar la indumentaria, y en la del mercado, una vestimenta que le permita desempeñarse o rendir, más específicamente, un código de vestimenta —dress code—, que hoy se define desde el Casual, pasando por el Business Casual hasta el Black Tie.

​

No obstante, este código de vestimenta no llega a ciertos accesorios, como el bolso o mochila. Esta prenda es una cierta excepción, un free-for-all en donde cada quien puede mostrar su voluntad sin mayores restricciones. El bolso es un cierto estado, declaración y enunciación de ideas particulares de cada quien, que, si se intentase colocar dentro de la analogía del cuerpo como "edificio", sería el equivalente a su "puerta".

​

​

[1] “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación…” (Efe. 4; 1-4.).

[2] “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor. 6; 19-20).