Utilizamos la ficción como un territorio excepcional para trabajar la arquitectura, en donde la misma posee la virtud de no definirse ni excederse como supuesta resolvente de conflictos de muchas otras disciplinas, sino que se accede a sí misma haciéndose cargo de sí, aunque sea (precisamente) por pura ficción, por poder escoger sus propios rumbos y derroteros, por el puro anhelo de algún día colarse en la realidad, por preguntarse qué es y hacia dónde se dirige, por experimentar lo imposible: ser sin depender de nadie.
La arquitectura no es resolver, sino proponer problemas espaciales dentro de una(s) forma(s) dispuesta(s). Ahora, definimos un "problema" de manera semajante a como se le trabaja en las matemáticas: la búsqueda y aprehendimiento de una entidad, entre tantas otras, que se ensamble a las condiciones en las que todas juegan y se coordinan. Un problema no es un inconveniente sino un convenio de entidades que buscan entrenarse en un mismo lugar, en el caso de la arquitectura, espacios que buscan conjugarse y contenderse de distintas maneras.
Por ello, antes de siquiera pensar si donarse a demás disciplinas, la arquitectura debe preguntarse por el ser (qué o quién es ella) antes de responder por los demás, y aquella pregunta solo puede ser respondida mediante ficciones, en tanto que ser significa fingir ser alguien hasta lograr serlo (o no).